jueves, 14 de abril de 2011

EL ROBLEDAL DRUIDICO


Los robles pasaban rápidos delante de mis ojos. Pareciera que hacían un maratón sin fin por la ribera. Iban hacia atrás en pos, quizás, de un tiempo pasado.
El tren seguía su trayecto paralelo al río que se resguardaba, de las miradas de los ojos turbios de pasajeros inquietos, tras el tapiz que le ofrecían los robles majestuosos y centenarios.
Todo lo circundante desapareció en un instante. De pronto, me sentí entre el robledal, justo al pie de un roble grandioso y que, en su corteza, estaban talladas figuras. Predominaban tris- queles y vasos o copas. Seguí por una senda en la que, de tanto en tanto, en un roble figuraba un consabido trisquel. Era un camino señalado y llevaba hacia una colina abierta.
Acercándome a la colina vi, a lo lejos y en la cima, a un ser vestido con túnica blanca al lado de una piedra que parecía un altar. No lejos de él había una charca rodeada de personas y algunas dentro de la misma.
Cercana al altar había un fuego con un recipiente de cobre en la que había un cocimiento de algo que embriagaba el entorno por el olor que desprendía. Al lado, había otro personaje que sacaba un poco del brebaje y se lo daba a la persona que se le acercaba demandándoselo y, acto seguido, se dirigía hacia la charca en la que se introducía por unos momentos para después salir y sentarse a la orilla en estado meditativo.
De pronto, me sentí impelido por alguien que me cogía del brazo, una mujer exultante y majestuosa también vestida con túnica blanca. Me dejé llevar y me acercó hacia donde dispensaban el brebaje ofreciéndome un vaso lleno invitándome a beberlo. Bebí despacio con algo de aprensión, pero a la par sin poder negarme. El sabor era extraño, no podía discernir bien, pero tenía un sabía entre dulzón, amargo, ácido y a la par un sensación de aspereza. Nada parecido a lo que yo pudiera registrar en mi cerebro como bebida.
La mujer, acto seguido, me llevó hacia la charca invitándome bañarme en ella y así, vestido me introduje en ella de su brazo.
A los pocos minutos me conmino a salir y a sentarme en una piedra granítica a la orilla.
En este instante un silbato sonó y mis ojos volvieron a una aparente realidad. Los robles habían quedado atrás y nos acercábamos a la estación de destino.
Todo había sido una ensoñación pero mi cuerpo se sentía pesado y somnoliento como si hubiera tomado un somnífero.
Mi hijo, a la sazón mi acompañante en ese viaje como hijo y como médico, insistía en que tenía otro aspecto, aparentemente más rejuvenecido.
Cuando llegamos al hotel me dispuse a dormir diciendo a mi hijo que tenía mucho sopor.
Dormí más de doce horas seguidas. Al despertarme; me sentía otra persona, llena de vitalidad. Íbamos al especialista médico. Una segunda opinión según mi hijo y ponerme en manos de la mejor especialista en mi dolencia de todo el país.
Cuando llegamos a la consulta mi asombro fue mayúsculo cuando la médica especialista era la mujer druídica que me había hecho tomar el brebaje y me había invitado a meterme en la charca. Yo jamás la había visto antes. El asombro fue tal que, al saludo, me quedé ensimismado y me preguntó si me ocurría algo a lo que aduje que simplemente me había parecido que la conocía de otro lugar y no recordaba bien.
Mientras la doctora leía los informes médicos y charlaba en términos médicos con mi hijo observé en un estante un trisquel, cosa que me llenó más de confusión y extrañeza. “Había que hacer nuevas exploraciones antes de intervenir o hacer un nuevo diagnóstico”
Fueron dos días de extensos exámenes en los que cada resultado era completamente diferente a los que se habían aportado. Todos y cada uno exámenes y análisis médicos aducían que estaba sano y no había tenido jamás aquella enfermedad aparentemente incurable. Y lo que es más, yo estaba perfectamente y me sentía como un hombre de 35 años con una vitalidad mayor que la de mi hijo.

3 comentarios:

Francisca Quintana Vega dijo...

Excelente relato, María Valle.
Me parece que es una faceta más a añadir a tus aptitudes. Me ha gustado mucho. Un beso y espero verte pronto.

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Que relato mas guapo , uno se mete en el paisaje de robles , el cual me resulta tan conocido y familiar , gracias por compartir , saludos

Maria Jose