miércoles, 8 de diciembre de 2010

CUENTO DE NAVIDAD






Pedro, como tantos días, desde que cayó en la desgracia, se hallaba cobijado del frío en un recinto del BBVA donde se ubica el cajero automático.


Solía entrar, con su exigua mochila, cuando alguien salía de hacer alguna operación en el cajero.

Se acomodaba en un rincón como podía entre cartones, manta y ese abrigo mugriento que conoció mejores tiempos.

Si entraba alguna persona a hacer alguna operación, el se salía a la calle para no sentir incomodo al cliente del banco.

Esa noche hacía un frío terrible, por lo que esperaba que, siendo nochebuena y a esas horas, nadie le hiciera salir de su “palacio”.

De frío no podía conciliar el sueño.

Pensó, una vez más, en como había caído tan bajo. Lloró! Como cada día, como cada noche. Su arrepentimiento era sincero y daría media vida por no haber llegado hasta la situación que estaba. Se repetía, continuamente, en su mente sumamente acongojado y lleno de dolor.

Era 24 de diciembre, una noche entrañablemente familiar. Pensaba en sus hijos, en la que fuera su mujer y en la familia entera que había perdido por su mal hacer.

Imprevisiblemente entró alguien al cajero; le miró con una sonrisa y le hizo un gesto de que no se moviera, cuando él ya se disponía a levantarse para salir y dejarle hacer tranquilo la operación. Pedro, ante el gesto, se encogió aún más y metió su cara entre sus brazos sentado en aquel rincón. Pensaba para sí, “una buena persona”.

Cuando terminó el señor su operación se volvió y le dijo a Pedro:

-Fría noche para pasarla sólo.

-Así es, comentó Pedro.

-¿Permites que me quede un rato contigo? Yo también estoy sólo. Voy de paso.

-Claro. No es un sitio cómodo ni propio, pero nos haremos compañía. ( dijo Pedro )

-Me llamo Juan.- Dijo el señor- y extendió su mano para presentarse

Al estrechar su mano, Pedro notó un calor especial por todo su cuerpo, Un calor que no llegaba a través de la mano de Juan sino que se expandió como una explosión de dentro hacia afuera. Era como si en el corazón hubiera una caldera encapsulada y al contacto con esa mano, al saludo, la caldera hubiera explosionado, para producir ese calor dulce y suave como jamás había sentido. Se preguntó muchas cosas ante tal efecto. Su mente era un sin fin de pensamientos especulativos sobre, quién sería esa persona y en ese día. ¿Sería un angel? ¿Sería Jesús? Su mente se habia disparado por unos segundos, pero al momento se sintió lúcido y sintiéndose renovado. Hablaba con un igual, esa era la sensación.

Juan dijo que iba de paso. Que no tenía familia allegada y que había cogido el coche sin rumbo. Pensaba ir al hotel que estaba al lado pero había aparcado en la puerta del Banco y había visto que llevaba poco efectivo y necesitaba algo de dinero.

Pedro relató, seguidamente, su estado anímico y el por qué de su desgracia. Se había quedado sólo muy joven, sus padres habían muerto en accidente y el había hecho una carrera con muchas dificultades, trabajando y estudiando. Con una existencia de privaciones. Había conocido a la que luego fuera su esposa y se casaron rápidamente. El se hizo cargo, junto con su esposa, del negocio familiar que esta tenía. Una tienda de artículos de regalo y menaje. Le dijo que tenía dos hijos, con ya 18 y 16 años varón y hembra respectivamente. El tenía ahora 46 años. Siguió contando al “amigo” que cuando se vio con dinero y una existencia cómoda comenzó a dilapidar. Primero el juego y seguidamente bebida y drogas. Hechos estos que le llevaron al divorcio y a esa mala existencia. Ahora, ya arrepentido, su familia no lo admitía y él estaba hundido en una terrible depresión y una culpa inaudita.











Juan le sonrió y le puso una mano en el hombro a Pedro y éste se sintió cómodo con ese gesto y aquella conversación que había tenido con aquella persona a la que acababa de conocer. Sentía una sensación de abrigo y protección fuera de lo común. Sentía como todo sus pensamientos de autoculpabilidad se le habían esfumado. Se sentía perdonado por sí mismo, de todas aquello que, momentos antes, eran lacerantes culpas que le cercenaban el alma y la mente.

En esto, Juan le dijo:

-Pedro, piensa. ¿Que podrías hacer con tus conocimientos actuales si tuvieras dinero?

-Si tuviera dinero, pondría un pequeño negocio de librería o papelería. -Contestó Pedro

Siempre le había gustado leer y estaba acostumbrado a tratar con el público y la gestión comercial la había llevado bien en sus momentos de comerciante.

Juan le dijo entonces:

Pedro, aquí hace frío. Yo iba al hotel de enfrente. Ven, te pago la estancia, cenaremos juntos esta nochebuena. No es bueno estar solo.

Pedro accedió, no podía desaprovechar estar en una estancia caliente esa noche y Juan le daba mucha seguridad. Era como si lo conociera de siempre. Un amigo.

Se acomodaron en el hotel, Pedro se duchó y Juan le dio ropa limpia. Casualmente tenían la misma talla. Fueron a cenar al restaurante del hotel.

Pedro durmió como hacía tiempo no lo hacía y despertó bien entrada la mañana. Se vistió y llamó a la habitación de Juan y no contestó.

Subió a recepción y preguntó por el huésped de la 232. El recepcionista le dijo que se había ido muy de mañana, que había dejado pagado dos meses la habitación 231, donde Pedro se alojaba y había quedado un sobre para él.

Pedro abrió nerviosamente el sobre y leyó la nota.

Pedro:

Te dejo herramientas para tu futuro, constrúyelo tú. Juan

Adjunto había un décimo de lotería. Preguntó al recepcionista, nervioso y emocionado, si tenía el periódico del día 22, donde venía la lista de lotería. Casualmente tenía aún por allí el periódico atrasado y se lo dio. Miró y comprobó que el primer premio coincidía con el décimo. Estaba premiado, era mucho dinero. Las lágrimas se le saltaban a raudales. Subió a su habitación.

Era un milagro. ¿Milagro?.¿ Quién era Juan?

Todo el día de Navidad lo pasó en la habitación haciendo cábalas de que haría con ese dinero y como cambiaría su vida a partir de ese día.

El día 26, con nuevos bríos, gestionó en el Banco el cobro; alquiló un local en una buena zona y comenzó a organizar su nueva vida. La librería-papelería sería un hecho. Llamó a sus hijos y quedó para comer con ellos el día 27 y contarles las buenas nuevas. Era un hombre feliz.

5 comentarios:

Francisca Quintana Vega dijo...

Esta historia me ha emocionado. Aún me queda la suficiente ingenuidad y amor a la ilusión como para creer que eso puede sucecer.
Un beso, pintora poeta.

María Valle dijo...

Paqui me alegro que te gustara. Me inspiró un chico que ví un día en el cajero del Banco de mi calle. Pena que haya gentes sin techos y tan desestructurados.

Francisca Quintana Vega dijo...

Tengo que ver esos cuadros al natural. Son preciosos,dignos de tu encantadora y especial personalidad. Un beso.

Anónimo dijo...

María ....
Que sepas que tu cuento navideño, me ha emocinado y que se me han saltado las lagrimitas.
Enhorabuena mi niña.

Er Miajón

Anónimo dijo...

Hola María:
Realmente precioso,a mi por lo menos,me has tocado la fibra sensible,y me has hecho soltar alguna lagrimita que otra.
¡¡¡ Será el espíritu navideño !!!

Er Miajón