Aquél atardecer,
tan turbio y tan limpio,
al mismo tiempo.
En el que la noche,
le robó tiempo al día;
sentí el grito de tu llamada.
Desde lo más recóndito del alma
emergía un clamor desesperado,
cabalgando sin tino entre las nubes,
a la búsqueda de aluna resonancia.
A lo lejos,
y en pasiva espectativa,
se hallaba la gruta esperanzada.
Recogiendo aquél eco enardecido
con ansia de que en ella se albergara.
Cuando el grito halla cobijo
y la gruta le abraza embelesada,
una nueva sinfonía resuena
que los dos, al unísono, declaman.
M.V del poemario GRITOS DEL ALMA
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